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Recuerdo con nostalgia el día que una carrera cambió mi vida. Fue en el mes de agosto del año 1984 cuando mi esposa y yo nos encontrábamos ante el televisor observando un poco absortos (dada nuestra pésima condición física en aquellos momentos) como los atletas masculinos de los Juegos Olímpicos de 'Los Ángeles 84' corrían como gacelas en la prueba estrella de medio fondo, la de 1500 metros lisos. Nos parecía extraordinario que pudieran desplazarse sobre la pista con aquella ligereza (rozando la impúdica ingravidez casi) y como si fueran seres extraordinarios y casi sobrenaturales, dotados de unos cuerpos hedonistas y elásticos que parecía estar, además, tocados por la mano de alguna divinidad. Y, entre ellos, José Manuel Abascal, el atleta cántabro que sería medalla de bronce en la prueba, la única del atletismo español en dichos Juegos. Así que, ante la euforia de la histórica medalla lograda por Abascal, mi mujer Hilda y yo nos propusimos el reto de empezar a correr y a estudiar a partir del día siguiente. Hasta yo corría con una gorra blanca (tenía que ser blanca) como la de Dave Wottle, impresionado también tras ver unas imágenes de su histórica remontada en la prueba de 800 m de los Juegos de Munich 1972. Día tras día, con el sudor del esfuerzo y la satisfacción de nuestro objetivo cumplido, nuestra autoestima se veía reforzada y esperábamos todas las tardes con ansia el hermoso momento de salir a correr. Pero aquella euforia no duró mucho, porque, pasados unos 15 días de seguir a rajatabla esas rutinas empezamos a sentir molestias musculares por diversas partes del cuerpo. Mi mujer estaba dolorida... Yo estaba dolorido... Teníamos molestias en aductores, pectíneos, glúteos, gemelos y unos cuantos músculos más. Estuvimos caminando de mala manera unos cuantos días, quizás dos semanas. Una pierna: tumefacción, dolor, más dolor... La otra: chasquidos, rigidez, suplicio, tortura... ¿Hasta cuándo?, nos preguntábamos. Lo que no sabíamos en esos momentos es que (sobre todo en mi caso) eso iba a ser una constante durante una gran parte de nuestra vida futura. Que el dolor es un fiel compañero del corredor o corredora, aunque sean populares. Recuerdo ahora, cómo después más de 30 maratones, de 35 pruebas de 100 km oficiales en ruta, más de una docena de 24 horas, alguna de 48 y otras distancias, debían pasar algunos días (a veces, más de una semana) antes de recobrar el movimiento normal y acompasado de un ser humano... A lo largo de este libro podréis encontrar otras historias semejantes a la mía, como las de José Antonio Soto Conde y otros corredores y corredoras del Ultrafondo Cantabria, a partir de las cuales podréis obtener alguna respuesta a las eternas preguntas del ultrafondo, relativas al cómo, dónde, cuándo, por qué y para qué... Y cómo se consigue compaginar una vida familiar con la práctica de esta disciplina tan exigente, entre otros muchos aspectos que se tratan a lo largo de este libro, lleno de experiencias, consejos y recomendaciones que los ultrafondistas que se inician deben conocer. El lector(a) podrá conocer de primera mano los testimonios de José Antonio Soto Conde, ultrafondista, organizador de los 100 Km y 24 Horas de Santander, entrenador nacional de atletismo; José Antonio Soto Rojas, su padre, pionero del ultrafondo en España e histórico organizador asímismo de los 100 Km y 24 Horas de Santander; así como de los(as) ultrafondists Patricia Aja Portilla, Jesús Gómez López, Ana Bustamante Vélez, Javier Díaz Arias, Alberto Marqués González, Tomás Hernández Prado, Daniel Rodríguez Saiz, David Ontaneda Bravo y Joseph Millariega. ISBN: 9798334965423

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